21 de noviembre de 2008

PEQUEÑA HISTORIA DEL CINE PARA USO DE LOS NIÑOS. EL CINE MUDO.

Al principio el cine era mudo. Esto quiere decir que los actores hablaban pero no se escuchaba lo que decían. Por eso el cine era mejor. Hoy en cambio, además de escucharlos en las películas los tenemos que aguantar hablar en la televisión, la radio, los festivales de cine y demás lugares nocivos para la formación del gusto.

Además el cine mudo era mejor porque todo se decía con imágenes. Que eso y no otra cosa es el cine: contar historias con imágenes. Lo demás se llama teatro, pintura, música o como quieran los profesores, pero no se llama Cine, así con mayúsculas, como siempre debe nombrarlo el niño cinéfilo, poniéndose de pie e inflando el pecho con orgullo, como si escuchara el Himno Nacional. Que no otra cosa debe ser el Cine para él: una Patria del espíritu que debe proteger con la pluma, la palabra y algún arcabuzazo de vez en cuando, cuando los cipayos de siempre quieran hipotecarla a favor de los piratas de siempre que quieren que el Cine vuelva a ser teatro o pintura, o música porque son artes “más inteligentes”.

En sus comienzos, el cine era hecho por directores y productores con armas a la cintura, y no por actores, autores de teatro y periodistas comoditos en sus casas como fue después.

La del cine mudo es la era épica del cine. Épica es el relato de cuando una cosa que no existía es creada por alguien con mucho esfuerzo y mucha valentía. Y la épica la hacen los valientes y no los doctos en sus escritorios. Los primeros hacen historia, los segundos la escriben cuando el barro ya se limpió y no queda sangre fresca en las bayonetas.

En la época del cine mudo hubo muchos directores importantes, algunos geniales y otros que eran unos tontos de capirote.

Los primeros en ganarse bien ganado el bonete y las orejas de burro, fueron los Hermanos Lumiere, dos franceses platudos que cansados de tomar el vermut a la hora del vermut, prefirieron ir con su cámara a filmar la salida del trabajo de sus obreros, que trabajan como burros para juntarle la plata para que ellos filmaran. También se dedicaron a filmar a otros platudos andando en bote o un tren llegando puntualísimo a la estación para transportar las mercaderías que se hacían en su fábrica. Detrás de la cámara, que dejaban quietita de puro cómodos que eran, los hermanos se felicitaban de lo bien que funcionaban los trenes y su fábrica y todo el mundo. O sea, todo lo contrario de para lo que nació el Cine, que es para mostrar lo mal que anda el mundo a puro grito de celuloide.

Después vino otro francés que era un cómico de la legua y organizador de circos que se llamaba George Meliés y que toda su contribución al cine fue montar obras de teatro en el fondo de su casa y filmarlas a 16 fotos por segundo (Meliés tuvo muchos hijos bobos que todavía hoy siguen fotografiando obras de teatro igual que él, solo que a 24 fotos por segundo, que es más o menos lo que ellos llaman Progreso).

En el otro lado del mundo, apareció un ruso llamado Serguei Eisenstein. Durante años filmó lo que le decían sus jefes comunistas, hasta que se cansó y como sus jefes se dieron cuenta de que no era comunista lo echaron a patadas de su país y nunca más pudo hacer una película. Cuando todavía lo dejaban trabajar porque filmaba multitudes que gritaban y rompían todo antes de que llegara el comunismo, inventó algo que llamó “montaje analítico” que consistía en una especie de fórmula matemática de burros: 1+1=3. Un plano junto a otro plano forma una tercera cosa distinta a las dos anteriores. Y así se dedicó a llenar sus películas de 1+1=3 y aburrirnos a todos. La escena más famosa que hizo fue la de una balacera en una escalera muy grande, en la que después de matar a tiros un montón de gente y de paso al pobre Cine que era un niño indefenso, salvó a tres leones de piedra.

Por suerte después de los bobos franceses y antes del bobo ruso, hubo un norteamericano genial que se llamó David Ward Griffith y que él solito en poco más de 5 años, inventó el Cine de la nada y lo dejó casi casi como lo conocemos hasta el día de hoy. Era un hombre triste y narigón, narigón por herencia de sus antepasados y triste porque el también había perdido la guerra que sus antepasados hubieran querido ganar y que permitió que la industria, el supuesto progreso y la supuesta igualdad social tomara el Poder en los Estados Unidos y se lo sacaran a la gente como Griffith. Por eso el dijo: “Ah, ¿si? ¿Perdimos con las armas? Ahora me voy a buscar un arma que ustedes no saben usar”. Y agarró la cámara e hizo enojar mucho a los yankees y mientras tanto inventó el Cine. Pero a él le vamos a dedicar un capítulo entero, porque el niño cinéfilo tiene que aprender a conocerlo y a amarlo como si fuera su abuelo favorito, porque es el abuelo que inventó su juguete favorito.

Después de Griffith vinieron muchos directores que aprendieron lo que él les enseñó: Raoul Walsh, John Ford, Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Friedrich Murnau, Josef Von Sternberg, Buster Keaton y muchos otros. Y así el mundo era muy feliz, yendo a ver esas imágenes en movimiento, esa cámara en movimiento, los actores que gritaban de lo lindo y nadie les prestaba atención. Era como haber recuperado durante dos horas, un trozo de Paraíso. Pero esto no duró más que unas pocas décadas. La serpiente, envidiosa, volvió a entrar en acción. Eligió a un actor blanco, le pintó la cara con un corcho quemado para que pareciera negro y lo hizo cantar tontamente canciones de jazz y todo se fue al mismísimo Demonio, que era exactamente donde quería la serpiente que se fuera. Y ese fue el triste y arrabalero comienzo del cine sonoro.

1 comentario:

Matias dijo...

sos un pelotudo pedazo de ignorante..
estudiaste teoria y critica cinematografia al reverendo pedo..